Es jodido, muy jodido. Mirar unos ojos cristalinos, limpios, sin atisbo de maldad y que te digan que no pueden más.
Es duro, tan duro como que te tienes que clavar las uñas hasta sangrar para no hacer una locura, cuando una voz alta y clara se yergue ante ti, ante todos, para proclamar que no sabe cómo vivir.
Es quizá más agobiante aún, casi como una soga, tener que encogerte de hombros y no poder abrir la boca, no poder ofrecerle aunque sea el dedo meñique para que se aferre.
Porque todos, todos, estamos en la misma puta situación.
Porque a no ser que tengamos madera de héroes; y pocos, muy pocos, la tienen, (y menos que ninguno los que alardean de ello), nadie es capaz de salir de esto.
Esto que llamamos nuestra vida y que es una puñetera encrucijada.
Nos hacen tragarnos la culpa con un embudo hasta que tenemos ganas de vomitarla. Pero con asco debemos cerrar los ojos, apretar los dientes y engullir lo que viene, porque con esa culpa también está todo lo que somos.
Para que ellos, sí, los que esparcen la mierda, puedan seguir dándose el festín de cuerpos, de un lado y del otro.
No somos más que eso, pequeños ingredientes en el plato.
Vale es verdad, unos más lujosos que otros. No somos el aperitivo que toman a manos llenas. Somos la merienda o incluso la cena, pero también estamos en el menú.
Y agonizamos porque no podemos escapar.
Y lo alargamos creyendo que les fastidiamos el festín cuando sólo les hacemos cosquillas en el paladar.
Pero no hay nada más que hacer que provocarles cuando menos una úlcera.
Ya que yo estoy jodida. Ya que estamos bien jodidos.
Porque se lo debo a esos hermosos ojos que se lo preguntan.
28 de agosto de 2008
7 de agosto de 2008
¡Mamá quiero ser artista!
Pero de verdad, de esos que dejan su huella, cuando menos, su impronta.
De esos que guardo en la retina, cerrado bajo llave. Y se remueve y se agita cuando los noto cerca.
De esos que saben cómo tener conciencia del mundo que les rodea y plasmarla, hacerla materia y forma.
O de esos que saben vivir en el más allá, copulando con íncubos y súcubos, y tienen el sortilegio para hacerlos carne.
Quiero explotar en mil pedazos sin control cuando la musa me toque.
Quiero saborear la irreverencia y la rebeldía como el alimento que necesito.
Quiero dejar libres los poros de mi piel para que me cuenten qué es lo que voy a plasmar.
Dejar de ser el vampiro que soy y por una vez, que alguien quiera absorver mi esencia y mi existencia, engullirme en cada uno de mis hijos.
Vomitar cada una de mis contradicciones en algo tan hermoso y terrorífico a la vez que no tenga más remedio que enseñarlo al mundo.
Escupir a la cara de los caciques mientras ellos me aplauden como autómatas y vosotros devolvéis una sonrisa maliciosa.
Sí mamá, yo creo que tú lo sabes, siempre he querido ser artista, pero me quedé en simple mortal, en tierra de nadie, en el purgatorio de las ideas sin talento...
¿Y ahora qué hago mamá?
De esos que guardo en la retina, cerrado bajo llave. Y se remueve y se agita cuando los noto cerca.
De esos que saben cómo tener conciencia del mundo que les rodea y plasmarla, hacerla materia y forma.
O de esos que saben vivir en el más allá, copulando con íncubos y súcubos, y tienen el sortilegio para hacerlos carne.
Quiero explotar en mil pedazos sin control cuando la musa me toque.
Quiero saborear la irreverencia y la rebeldía como el alimento que necesito.
Quiero dejar libres los poros de mi piel para que me cuenten qué es lo que voy a plasmar.
Dejar de ser el vampiro que soy y por una vez, que alguien quiera absorver mi esencia y mi existencia, engullirme en cada uno de mis hijos.
Vomitar cada una de mis contradicciones en algo tan hermoso y terrorífico a la vez que no tenga más remedio que enseñarlo al mundo.
Escupir a la cara de los caciques mientras ellos me aplauden como autómatas y vosotros devolvéis una sonrisa maliciosa.
Sí mamá, yo creo que tú lo sabes, siempre he querido ser artista, pero me quedé en simple mortal, en tierra de nadie, en el purgatorio de las ideas sin talento...
¿Y ahora qué hago mamá?
Suscribirse a:
Entradas (Atom)