Tengo que reconocerlo mirándote a los ojos, cara a cara: eres mi peor enemigo.
Siempre tú ahí detrás, acechando, marcando, limitando... Tú y sólo tú eres la causa de todas, o casi todas, mis cicatrices y de las héridas que aún me lamo con dolor. Tú, artífice de las lágrimas, la hiel, la desesperación, el miedo...
¿De dónde sale ese odio brutal que me inmoviliza y me amordaza? ¿Dónde nacen esas fuerzas eternas para estar ahí zancadilla tras zancadilla? ¿Dónde escondes toda esa inteligencia para urdir plan tras plan?
Y sobre todo, ¿hay tregua? ¿me vas a dar un segundo para que pueda sacar la cabeza y respirar?
¡Tú! ¡Sí tú! ¡Ten ahora esas agallas que utilizas para empequeñecerme y respóndeme! ¡Sal del espejo de una puta vez!