Quiero que alguien me explique cómo es eso de llevar siempre la razón. Es más, tengo la imperiosa necesidad de sentirme por un día en posesión no sólo de la verdad absoluta, sino del encanto, la primicia, la exclusiva, la omnipresencia... Es decir, todo aquello que lucen con gala y ornato los que se creen, no ya tuertos, sino videntes, en el país de los ciegos, cuando no son más que tullidos a los que su alma ha dotado de un enorme perro guía que les defiende a capa y espada, llamado vanidad.
Porque amigos, aunque desde esta palestra que me he construido parezco una persona totalmente segura e incluso podría decir, orgullosa. Esa apariencia está años luz de la realidad, este espíritu crítico que me posee desde que tengo uso de razón, hace que mida, cuente, calibre y sujete cada palabra, acto y omisión. Escuche, admita y afirme a todo el que venga a servirme en bandeja las grietas de todas mis bases. E incluso llegar a hacerme invisible donde hace un segundo creía que todavía tenía algo que decir.
Claro que, puestos a pensar, eso de ser ciego sin más defensa que una chichonera y las propias manos siempre extendidas hacia adelante, ha hecho que a veces, sólo a veces, esté totalmente segura de eso que estoy asiendo con fuerza. Aunque venga cualquier publicista de sí mismo a venderme su pequeño universo de sombras a bombo y platillo, eso sí, siempre con la mejor intención y la más bonita de las sonrisas.
Al fin y al cabo, debe ser muy duro ser perfecto.