Hasta hace un tiempo, yo vivía así, a distancia de lo que ahora pienso, vivo y por suerte, no padezco, aunque lo sospecho.
Siempre he sabido quién soy, cómo soy, qué siento. Pero todo ha cambiado, simple y llanamente, porque he pasado de ser una persona normal: con sus opiniones, mejores o peores, sus pensamientos, unos más acertados que otros, sus vivencias, más exprimidas o menos; a ser, dependiendo de donde, una invertida, enferma o, simple y absolutamente, no existir.
Hasta hace un tiempo, lo miraba todo desde ese cristal, el mío, en el que pensaba que todo eso eran verdaderas barbaridades y atrocidades. Y que, incluso, me hacía caer en el más iracundo de los enfados al leer, ver o presenciar según qué cosas.
Pero ahora, no solo es ira, ahora también es miedo e indefensión. Porque ahora, habiendo dado un paso más en esa vida, que antes entraba completamente en todos los patrones establecidos, he pasado al otro lado. Un simple paso.
Ahora sé que no puedo caminar tranquila y alegre de tu mano en cualquier parte del mundo.
Ahora, puedo imaginar, solo imaginar por suerte, lo que tiene que ser que alguien me aprese, me juzque (o no), me condene y me ejecute, solo por querer besarte cuando pones esos ojos que piden a gritos eso, un beso.
Ahora tengo que tener una lista de países en los que alguien como tú y como yo directamente no existe y si lo hace, es objeto de completa aniquilación.
Ahora miró de reojo en según qué sitios con según qué gente, cuando quiero coger tu mano, no porque moleste, no porque incomode, no porque esté mal visto, sino porque, aquí, todavía, hay brazos ejecutores que se toman esa justicia por su mano.
Y antes me parecía fatal, antes protestaba por ello, antes discutía una y mil veces sobre ello, pero podía viajar a cualquier parte del mundo y lucirme en cualquier reunión, porque entraba en las estadísticas, aunque por dentro pudiera estar podrida.
Pero es que antes solo dependía del cristal con el que miraba.
Ahora depende de la piel en la que vivo.
Pero es esa piel la que me hace sentirme así de bien.
Esa piel que, por suerte, está mimada, cuidada y, sobre todo, apoyada.
Gracias a todos.
Y gracias a ti, por vivir en esta piel.
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