No existen. Claro que no existen.
Como minúsculas células de un gran organismo, como electrones poblando un gran átomo, como un pequeño planeta dentro de un infinito universo: la sociedad es un todo formado por partes, grandes, medianas, ínfimas... Y si, como hacemos con la tierra, practicamos un corte en ella en cualquiera de sus épocas, observaríamos que siempre, desde el principio de los tiempos, está formada por capas. Capas, estratos, franjas... Imbricadas, complementarias quizá, pero siempre, siempre unas encima de otras.
Asistimos a cambios, suaves y provocados por los medios y el ambiente, como los de facies. Revoluciones, necesarias y crecientes, como las rupturas en las fallas. Guerras, violentas y destructoras, como las erupciones de los volcanes. Y como tales, transforman todas esas capas, incluso las invierten, pero el resultado final es otro sistema con diferentes estamentos y, sí nuevamente, unos encima de otros. Todos, en un momento dado, cumpliendo su función, tanto en su pequeño ambiente, como en el gran organismo, pero que, llevados a una sobrecarga, pueden llegar a provocar una nueva crisis, una nueva ruptura, un nueva inversión de esas capas.
Pero hay leyes inamovibles, palpables y demostrables en cualquier medio, como que los elementos más ligeros siempre quedan arriba y los más pesados van al fondo. Al final, precisamente por pesados y de mayor tamaño, son los que sostienen el sistema, pero son los más ligeros los que, por encima de todo y de todos, descansan ignorantes asentados en los demás. Por su propia estructura, esos cambios, esas rupturas son necesarias e inevitables, pero es prácticamente imposible que el sistema o el organismo sea capaz de reorganizarse y vivir de otra manera que no sea formado por diferentes partes o categorías nunca iguales y nunca a la misma altura.
Por todo ello, quizá todos, en nuestro fuero interno, tenemos un miedo atroz a esos cambios. Quizá, en lo más profundo de nuestro ser, sabemos que estamos muy cómodos en el estrato que nos ha tocado. Quizá, nos gustaría que nuestra capa abarcara todo el organismo, pero no que todos intentaran ocuparla porque cada vez se hace más estrecha y frágil.
No existen. Claro que no existen, ni la libertad ni la justicia existen en la naturaleza. Ni nosotros mismos realmente las queremos.