20 de octubre de 2011
¿Qué tan importante te crees que eres?
¿Qué tan importante te puedes creer como para centrar el mundo en ti? ¿Tan vacío estás? ¿Tan poco crees que te quieren? ¿Tan desierto está tu mundo que tienes que capturar rehenes? ¿Tan ciego estás que necesitas un perro lazarillo?
Todos lo hemos hecho en algún momento pero, sobre todo, lo hemos sufrido o lo estamos sufriendo en un punto perdido y oscuro del camino: vampiros.
No, no hablo de Drácula ni de Edward Cullen para los menores de 20. Hablo de los vampiros de verdad, esos que requieren energía y atención y miradas y palabras y sentidos... Esos que insultan a tu inteligencia porque se creen, aunque desgraciadamente algunas veces es verdad, que no te enteras de que son así, que les das tu vida a trocitos porque ellos te embrujan, que son imprescindibles.
Los hay de toda clase y condición desde madres amantísimas hasta amigos leales, desde maridos fieles hasta hermanas del alma. Y todo son mentiras, solo son trampas para levantarles a ellos a lo más alto, para llenarles, para darles la vida que no tienen.
Por favor, nada más lejos de mi intención venir de ilumanada de vuelta de todo, porque seguramente yo tenga uno ó dos de estos seres incrustados en la chepa y los llevaré con todo el gusto, o no, solo ha sido un ramalazo de sinceridad y lucidez que me hace rebelarme, más bien quejarme, como el enfermo crónico.
Puedes estirar un brazo y conseguir clavarles la estaca con orgullo y un poco de mala leche, puedes. O pueden convertirte en uno de ellos, camuflado de santo y mártir, pero criatura hambrienta y perdida en realidad.
Seguiremos sufriéndolos, igual que otras muchas cuitas porque, quizá, sí que son imprescindibles, cada santo que aguante su vela y cada uno se guarde su sangre.
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