“El Juzgado de Violencia sobre
Noticia aparecida en varios periódicos, 18 de abril de 2007.
Ella se casó totalmente enamorada. Un hombre culto, con formación, profesor de universidad. Hablaban de cine, literatura, de arte… Sí, después de un tiempo de relación se había dado cuenta de que a él no le hacía mucha gracia ser un mediocre, pero ¿a quién le gusta? Es verdad que algunas veces era demasiado sarcástico e irónico en sus bromas hacia ella o hacia algún conocido, pero es que él era muy inteligente.
Totalmente enamorada inició su vida en común con él. Qué puede haber mejor que compartir la vida con la persona que más te quiere en este mundo. No podía entender por qué a su mejor amiga no le caía demasiado bien. Claro que él tampoco había puesto mucho de su parte por llevarse bien con su amiga, pero él era así, reservado con las personas que no eran de su círculo. Todos tenemos nuestras pequeñas cosas, pensaba ella.
…
Su matrimonio vino dado porque ella había conseguido la plaza en el instituto, por fin, llevaba 2 años preparándose, viviendo como una ermitaña, excepto por él que estaba ahí a su lado… cuando podía, porque él, estaba luchando por la plaza en la universidad, y evidentemente, no es lo mismo, supone otro nivel de esfuerzo y trabajo, era ella la que le tenía que apoyar, como es lógico.
Nuevo trabajo, nueva casa, nueva vida… todo junto a él.
Los primeros meses todo era luz, y emociones a flor de piel, todo tenía que ser perfecto.
Él llegaba a casa muy cansado, su puesto no era para menos. Muchas noches ella se moría de ganas de contarle cómo había ido todo con los chavales, pero él no estaba para tonterías de chicos de 16 años. Él hablaba con personas que estaban en la universidad, personas, no chicos; estudiantes universitarios, no vagos redomados, de los cuales sólo son aptos el diez por ciento.
A ella no le molestaban mucho los comentarios, incluso tenía que darle la razón, él no estaba para tonterías.
Pero en su fuero interno, oyó un pequeño crujido. Tenue, como el sonido de una hoja al pisarla, pero frío y seco, como el viento de invierno.
…
Con el paso del tiempo llegó la rutina, ella sabía que eso pasaba, de hecho, no le importaba, estaba enamorada. Es verdad que los comentarios de él se hacían cada vez más frecuentes y quizá más hirientes, claro que eso también era lo que le parecía a ella. Cómo iba a querer él herirla en algún momento. En todo caso los hacía por su bien, para ponerle los pies en el suelo.
Como ocurría con el dinero, se lo repetía hasta la saciedad. Él llevaba la mayor parte de los ingresos a casa, y ella no hacía más que gastar. Claro que tenía su trabajo y por lo tanto su sueldo, pero haciendo un balance serio, la nómina de ella sólo daba para los gastos más nimios. Cómo podía comparar el salario de una profesora de instituto con el de todo un profesor de universidad. Ella sabía que se tenía que contener más.
Pero sintió otro crujido, un poco mayor que el anterior.
…
Ella seguía viendo a su amiga, y le contaba todas estas cosas, no entendía como su amiga podía montar en cólera de esa manera, por los comentarios de él. Si no la insultaba, en ningún momento la había insultado, eso era impensable, sólo era como era y lo había sido siempre, irónico, serio, sarcástico…
Tenía que reconocerle a su mejor amiga, que algunas veces, se había tenido que aguantar las lágrimas, cuando se le habían escapado delante de él, se había enfadado aún más. Odiaba que llorara delante de él, ese es el recurso barato y tonto de las mujeres, una persona inteligente y con formación, sabe argumentar o aceptar las críticas que le presenta la persona que mejor la conoce del mundo y la que más se preocupa por ella. Cuando ella se ponía así, lo único que hacía era rebajarse, al nivel de los ignorantes y los necios, que sólo saben dejarse llevar por las emociones. Le estaba demostrando lo desagradecida que era, ya que él sólo le hacía esos comentarios por el bien de los dos, el bien de su vida en común.
Su amiga siempre le había dicho que eso no era amor, que él no la quería, que tenía que pararle los pies. Pero ella qué sabía, si ni siquiera había conseguido mantener su matrimonio a flote. Ellos se querían muchísimo y eso no lo puede entender alguien desde fuera.
…
Había días que ella era completamente feliz, si él estaba descansado y de buen humor, la besaba, la llenaba de mimos incluso salían a cenar, al teatro, al cine, conversaban, como cuando eran novios, esos días eran un bálsamo para su alma… él solía repetirle que ella era la persona más inteligente y culta que había conocido, que debía dejar el instituto, hacer el doctorado y acceder a la titularidad en la universidad, dejarse de mediocridades, de medias tintas, estaba desaprovechada.
Eran esos momentos los que ella más temía, al principio le respondía que era feliz en su trabajo, que tenía que haber gente para todos los puestos. Entonces él comenzaba a lanzarle los cuchillos que ella no era capaz de devolver, porque no podía concebir, le era completamente imposible, decirle cosas así a él, la persona a la que amaba y había amado toda su vida.
Con el paso del tiempo, ella se había acostumbrado a decirle que sí, que lo haría, y así él se quedaba contento, que finalmente, era lo que quería por encima de todo, verle contento. Pero llegó el momento en que él, quería ver resultados, quería que actuara y eso fue el comienzo…
El crujido ya no fue un simple crujido, fue el golpe seco del hacha en la madera.
…
Día tras día, ella tenía que escuchar lo tonta, vaga, ilusa, inútil, mediocre, absurda... (¿hace falta seguir?), que era tanto ella, como el trabajo que realizaba día a día con los chicos. Terminó por creérselo. Terminó por no disfrutar comprándose nada para ella, terminó por pedirle a él el dinero para ir a la compra, terminó por dejar de quedar con su única amiga, porque a las demás hacía tiempo que ya las había dejado, terminó por hacer como un autómata ese trabajo por el que había luchado durante años.
Se lo había creído, el único muro de contención que poseía, su confianza en sí misma, había cedido.
Su autoestima había sido sesgada por los puñales que, día a día, momento a momento, él le había ido lanzando.
Por fin se había dado cuenta de lo que él llevaba años para decirle, que era mediocre e ignorante, como toda esa gente que él tanto odiaba.
Ya ni siquiera le acompañaba a los actos de la universidad, le daba vergüenza, no podía permitir que quedara en ridículo delante de sus colegas por culpa de su inculta e insulsa mujer.
Ni hacía el esfuerzo de hablar con él, se limitaba a escucharle y a asentir, a no ser que él la espetara a responder, “no podía llegar a entender qué había visto en ella, si era como el convidado de piedra”, palabras que salían por la boca de él unas cuatro ó cinco veces al día.
Había perdido totalmente la idea de tener hijos, qué clase de madre sería para ellos.
Y comenzó a secarse por dentro.
…
Él no hizo nunca nada por evitar todo esto. De hecho, si en algún momento hubiera hablado con alguien, le hubiera preguntado qué problema tenía su matrimonio si él no encontraba ninguno, porque no lo encontraba, así de claro. Y si él no lo encontraba es que no lo había. Daba lo mismo lo que dijera ella.
Ella, la trágica, la débil, la inútil, por eso veía los problemas, porque estaban, pero dentro de ella, no en su matrimonio, no en él. En ella, que se había dejado, se había echado a perder ella solita, porque él no había hecho nunca nada más que alentarla, que repetirle lo que estaba haciendo con su vida y con su talento.
Qué se le podía echar en cara. De qué le estaban intentando acusar. ¿Es que le estaban comparando con esa escoria que salía por TV? ¿Esos energúmenos que llegaban a matar a sus mujeres?
Él no la había puesto una mano encima en su vida, no le había levantado nunca la voz en ninguna situación por extrema que fuera, él era un hombre cultivado, educado, correcto.
Él no había matado a su mujer, ella se había quitado la vida sola.
...
Porque hay golpes y heridas que no se ven. Porque da igual de dónde vengas, tu género, tu situación social, económica, cultural... Porque asesinos emocionales los hay en todas partes. Porque también se puede morir de palizas en el alma...
P.D. Éste es el relato que me inspiró la noticia que sirve de prólogo.
Hay que decirlo: cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Sobre todo porque, afortunadamente, la protagonista de la noticia no llegó a dejar expirar su vida al lado de ese "ser".
Este relato se lo quiero dedicar a ella y a todos los que tienen heridas... por dentro y por fuera.