9 de febrero de 2014

Humano


El dolor no nos hace dignos, ni engrandece, ni libera, ni salva absolutamente de nada.
De hecho, preguntad a esos ojos que os miran directamente en el espejo, envilece, empobrece, despoja de todo orgullo y razón.
Cuando nos invade, ya sea del cuerpo o del alma, solo queremos despojarnos de él, arrojarlo; admitámoslo, (con algo de dolor, parajódico), que incluso se lo deseamos a los demás con tal de que desaparezca.
Queremos que ese círculo de seguridad que nos rodea no sea violado y corrompido por él, porque solo afea, rompe, emponzoña: destroza.
Nos convierte en auténticos monstruos, esos que precisamente nos dan tanto miedo porque lo producen, lo causan.
Nos han engañado, nos hemos dejado, al pensar que estamos hechos por y para él, que esta vida es en esencia y existencia dolorosa. Realmente, es una lucha en su contra, una carrera, una desesperada huida de esa bestia deforme y absolutamente poderosa.
Porque no es el dinero, no es el poder; quien verdaderamente domina es quien puede repartir pena, llanto y tortura; quien, moviendo un solo dedo, puede alargar, agrandar o golpear con el daño.

Eso es ser humano, no es sentirlo, no es soportarlo. Es ese miedo al reconocerlo y ese regocijo al perderlo. No es darse golpes en el pecho porque se está conviviendo con él día a día con resignación; ser humano es ese momento en que se está verdaderamente solo, en el rincón más oculto del mundanal ruido y las inquisidoras miradas, y se pide, se ruega, se vende el alma por no volver a ser humano jamás, por no volver a sentir dolor.



1 comentario:

Peralito dijo...

Amén.
En la isla ya no lo sentiremos.
TQ.