23 de febrero de 2014
Le petit mort
Es triste saberse olvidado.
"No hay mayor desprecio que no hacer aprecio", cuando se sabe que se hace aposta, todavía el orgullo se hincha un poco,
intentan hacer daño, adrede, un pequeño filo de desdén que demuestra que aún somos algo en esa mente.
Pero, ay, el olvido. Sórdida y desolada habitación desierta, en la que, por más que gritemos, nuestra voz es átona y nuestra presencia es invisible.
Es cruel, sí, es como dejar a un niño de la mano a su suerte...
El olvido es esa pequeña muerte de la que somos conscientes.
Probablemente no hay nada tan íntimamente doloroso. Qué somos sino existencia en los demás, ser en otro, por lo que el olvido es la nada, y nuestro pequeño cerebro, nuestra mínima esencia, no la concibe.
Cuando se ha sido el mundo, el eje que lo hace girar, es irremediablemente insoportable saberse asesinado.
Nunca más.
Jamás.
Curioso el ser humano capaz de ser Dios, siendo más insignificante que el vacío.
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