11 de junio de 2014

Pegado al cristal




Sabemos cuándo la felicidad no es para uno.
Vivimos un fabuloso regalo durante un tiempo a sabiendas de que no es para nosotros. Como una fabulosa fiesta en la que nos hemos colado y no podemos evitar mirar hacia los lados por si nos pillan, o esa larga noche inmersa en MDMA, en la que todo es increíble, pero los instantes de poca conciencia nos hacen mirar el reloj; sabemos que tiene un fin, porque hay algo, o todo, que nos dice que no es para nosotros, que nunca lo será.
Realmente, somos afortunados, un día nos llega una preciosa caja con una sorpresa aún más hermosa, pero finita y limitada, ya que siempre ha sido así y siempre lo será.
Recordando cuando nuestros padres nos prohibían algo y nos lanzábamos a ello con avidez, desoímos las señales que nos advierten que estamos viviendo de prestado y que el dueño de esa felicidad plena aparecerá en cualquier momento para reclamarla.
Sonreír, reír a carcajadas,  estallar... pero siempre con una mano preparada para parar el golpe, así nos hemos acostumbrado a vivir.
Hay veces que las circunstancias nos bombardean, nos salen al paso enormes luminosos de neón en los que reza que aminoremos la velocidad, que ese camino no es para nosotros, que el nuestro es aquel, solitario y yermo, pero apretamos el acelerador y los puños para poder recorrer cuanta más distancia mejor. 

Es desolador darnos cuenta de que "La cenicienta" o "El patito feo" son eso, cuentos, no fábulas, y no tienen ninguna moraleja. Esa felicidad no nos pertenece, solo hay unos pocos elegidos y no estamos ni en el bombo.
Pero uno llega a acostumbrarse y aprovecha esos pequeños o grandes regalos, los exprime, incluso hay momentos en los que llega a creerse que sí, que esta vez sí, eso estaba ahí para uno.
Siempre se vive como en una especie de "antes de" en el que el término no es la consecución del deseo, sino su final. Siempre sacudiendo la cabeza y con un montón de marcas de pellizcos. Siempre mirando de reojo esperando la patada que nos eche de allí. 

Pero, aquí, entre nosotros, sabemos que es mucho mejor seguir robando paquetes ajenos e invadiendo lindes que no nos pertenecen a mirar agarrados a la verja, aunque en uno de esos allanamientos paguemos con nosotros mismos. 
Moriría de empacho si logro reventar el escaparate de la pastelería.



1 comentario:

Anónimo dijo...

La cosa va así:
"Hoy me despierto tosco y solitario
no tengo a nadie para dar mis quejas
nadie a quien echar mis culpas de quietud

sé que hoy me van a cerrar todas las puertas
y que no llegará cierta carta que espero
que habrá malas noticias en los diarios
que la que quiero no pensará en mí

y lo que es mucho peor
que pensarán en mi los coroneles
que el mundo será un oscuro
paquete de angustias
que muchos otros aquí o en cualquier parte
se sentirán también toscos y solos
que el cielo se derrumbará
como un techo podrido
y hasta mi sombra
se burlará de mis confianzas

menos mal
que me conozco

menos mal que mañana
o a más tardar pasado
sé que despertaré alegre y solidario
con mi culpita bien lavada y planchada
y no solo se me abrirán las puertas
sino también las ventanas y las vidas
y la carta que espero llegará
y la leeré seis o siete veces
y las malas noticias de los diarios
no alcanzarán a cubrir las buenas nuevas
y la que quiero
pensará en mi hasta conmoverse
y lo que es muchísimo mejor
los coroneles me echarán al olvido
y no solo yo muchos otros también
se sentirán solidarios y alegres
y a nadie le importará
que el cielo se derrumbe
y más de uno dirá que ya era hora
y mi sombra empezará a mirarme con respeto

será buena
tan buena la jornada
que desde ya
mi soledad se espanta"
[Mario Benedetti]

Ánimo...