23 de febrero de 2014

Le petit mort


Es triste saberse olvidado. 
"No hay mayor desprecio que no hacer aprecio", cuando se sabe que se hace aposta, todavía el orgullo se hincha un poco,
intentan hacer daño, adrede, un pequeño filo de desdén que demuestra que aún somos algo en esa mente.
Pero, ay, el olvido. Sórdida y desolada habitación desierta, en la que, por más que gritemos, nuestra voz es átona y nuestra presencia es invisible.
Es cruel, sí, es como dejar a un niño de la mano a su suerte...
El olvido es esa pequeña muerte de la que somos conscientes.

Probablemente no hay nada tan íntimamente doloroso. Qué somos sino existencia en los demás, ser en otro, por lo que el olvido es la nada, y nuestro pequeño cerebro, nuestra mínima esencia, no la concibe.
Cuando se ha sido el mundo, el eje que lo hace girar, es irremediablemente insoportable saberse asesinado.
Nunca más.
Jamás.
Curioso el ser humano capaz de ser Dios, siendo más insignificante que el vacío.

9 de febrero de 2014

Humano


El dolor no nos hace dignos, ni engrandece, ni libera, ni salva absolutamente de nada.
De hecho, preguntad a esos ojos que os miran directamente en el espejo, envilece, empobrece, despoja de todo orgullo y razón.
Cuando nos invade, ya sea del cuerpo o del alma, solo queremos despojarnos de él, arrojarlo; admitámoslo, (con algo de dolor, parajódico), que incluso se lo deseamos a los demás con tal de que desaparezca.
Queremos que ese círculo de seguridad que nos rodea no sea violado y corrompido por él, porque solo afea, rompe, emponzoña: destroza.
Nos convierte en auténticos monstruos, esos que precisamente nos dan tanto miedo porque lo producen, lo causan.
Nos han engañado, nos hemos dejado, al pensar que estamos hechos por y para él, que esta vida es en esencia y existencia dolorosa. Realmente, es una lucha en su contra, una carrera, una desesperada huida de esa bestia deforme y absolutamente poderosa.
Porque no es el dinero, no es el poder; quien verdaderamente domina es quien puede repartir pena, llanto y tortura; quien, moviendo un solo dedo, puede alargar, agrandar o golpear con el daño.

Eso es ser humano, no es sentirlo, no es soportarlo. Es ese miedo al reconocerlo y ese regocijo al perderlo. No es darse golpes en el pecho porque se está conviviendo con él día a día con resignación; ser humano es ese momento en que se está verdaderamente solo, en el rincón más oculto del mundanal ruido y las inquisidoras miradas, y se pide, se ruega, se vende el alma por no volver a ser humano jamás, por no volver a sentir dolor.